Reportaje a Horacio Cacciabue
Por Paul Citraro
En un modesto intento de lograr establecer una reflexión sobre los modos y usos del color, las posibilidades en la combinación y el sentir de la expresión permanente, Rosario/12 se acercó a la obra del pintor porteño Horacio “Indio” Cacciabue y dialogó con él acerca de ello y la devolución se presentó de inmediato, sin sacar turno. Por momentos, la seguridad de que el color puede ser una idea, fue destrozada por alguien que no responde a los convencionalismos de la academia, ni mucho menos a las vedetinescas plumas de la expresión pictórica. Y las pruebas parecen no mentir. El resultado, está a la vista de todos.
Horacio Cacciabue nunca se repite, porque no ve igual la misma cosa dos veces. Sus pinturas están hechas a fuerza de sudor en la llaga de ideas tan simples y efectivas y tan conmovedoras al mismo tiempo; girar a contramano, caminar la tela como un zurdo -al que nunca le toca la sortija porque está a la derecha del caballo de madera- o llegar tarde al rincón para tirar la toalla. Y sin embargo, sigue, sigue dando vueltas. Parece no sentir el cansancio de andar finteando sobre el escenario de cuerdas, sonando en una melodía espiralada de Thelonius Monk o enchastrando una y otra vez las patas en el barro fresco que se subleva a la espera de la pisada gigante. El “Indio” Cacciabue siempre está en movimiento cuando saca a relucir el trazo grueso de sus colores, y permite que el expresionismo de ser un movimiento conjeturado, pase a cobrar vida en el movimiento perpetuo de sus pinturas. Escribe sobre la tela casi siempre de modo abrasivo, doloroso. Puede sentirse el humo de la ruina, el grito de la desdicha y el placer del aceite caliente que frita la marca indeleble. Cacciabue mira el modo de pararse al momento de comentar las heridas del tiempo, en las maníacas formas de buscar un “uppercut” que se viste de negro y rojo en las escenas de cuadrilátero. En la franqueza sonora de Chet Baker o del simple reflejo opacado que amanece junto a la orquestita del barrio, cuando Avellaneda toda, duerme. Esa misma liberación, se le hace atadura para intentar transformar a una fémina perversa en la redentora de sus sueños. Hay más, Cacciabue, pinta caminando las pérdidas que lo llevan una vez más, al instante perpetuo y solitario del creador. Y de yapa, nos arropa con su propia belleza, que es una melodía triste de una milonguita, o mejor, darnos el pie para salir a bailar con la más bonita.
¿Para un expresionista mirar el mundo duele menos que otear al corazón?
El expresionismo es el espacio habitable entre la razón y la nada. Mirar al mundo duele por toda la luz, duele de cromo el otear lento del zurdo.
Hay dos predominios en su obra; los colores violentos y los golpes coloridos
Predominan los colores violentos y los golpes que ladran y el absurdo de pretender hacer audible lo silente y mover lo estático.
¿Las paletas son obras por derecho propio?
Solo falta la firma.
Aunque usted quiera esconderse, su obra lo deschava; el tango, el jazz, el box, Buenos Aires…
Ando deschavándome todo el tiempo, como un chorro fracasado.
¿Su muestra “Donde el barro se subleva” finalmente, se trata un intento de fintear al pintor?
Responde al origen, como la muestra era en la bella Florencia, por Italia, apelé a mi origen, al suburbio, a Avellaneda, al fango, al sur y el aceite, allá donde el barro se subleva.
Horacio Cacciabue fue discípulo del maestro argentino Carlos Gorriarena. Actualmente inauguró en la ciudad de Roma (Italia), una Muestra de Retrospectiva de Acuarelas auspiciado por la Embajada Argentina. El 20 de Octubre estará presentando su nueva muestra “Tinta Negra, Tinta Roja” (dibujos de tangos instrumentales y títulos de tango) en el Centro Cultural Caras y Caretas de la ciudad de Buenos Aires. Prontamente, la muestra se trasladará a la ciudad de Rosario.