miércoles, 27 de octubre de 2010
Soñar, soñar y una crónica perdida
Por Paul Citraro
Con sólida prepotencia el film de Leonardo Favio; Soñar, soñar es una puñalada de realismo. Volví a verla a pedido de un amigo. A Favio lo banco a morir, desde las canciones a su escritura. Ahora, como director de cine, le saco un pasaje al Olimpo, digo.
¿Cómo se llama el grandote que canta? -Batió mi amigo
-Pagliaro, le contesto. Gian Franco Pagliaro.
Y volví a rebobinarla con las mieles de la tecnología en formato y contrabando Ares. Y quedé sepultado. Conmovido. Loco. Y eso es Favio. Una bola de pasión en juego permanente. Alguien que puede ver al silencio llorando al lado de un aljibe.
Pagliaro es Rulo y Monzón, Carlos Monzón, Charlie. Y ahí casi se apaga el relato, antes de confesar la historia de amor entre dos hombres. Una historia de amor-amistad. No una historia de un hombre arriba del otro.
Pagliaro y Monzón son no-actores. Y están rebosantes de dotes actorales y por encima de un nivel de actuación superlativo. Pocas, contadas veces, se pueden ver tamaña demostración de actuación. De libertad. Desde el relato, hasta el cuerpo y gesto de cada uno. La historia clava el dardo justo en el 100. En el corazón del delirio. Convengamos que Monzón es un tira piñas y aquí, actúa. De verdad.
Soñar, soñar raspa mis pretensiones de top ten en el Veraz. Es decir, uno queda siempre en deuda luego de verla. Hay una reconciliación con el espíritu humano de quien la recibe y percibe. Para darse cuenta finalmente que uno es Fama y Cronopio. Rulo y Charlie. Identidad perpetua que me murmura el silencio mientras lo mastico.
Ah…negrito pueblerino. Del profundo culo interior, viniste gordito de sueños y ambiciones atragantadas. Sí, Charlie quiere ser artista. Quiere estudiar teatro. Quiere triunfar. Pero de otro modo. El triunfo de Charlie es saberse que es un mono con orquesta incluida. No es ser una estrella, el triunfo de Charlie. El triunfo es ser Mario. Y Mario triunfa en su fracaso. Y ese es el éxito de ambos.
Como un disparo cruzado, la escena madre es cuando Carlitos, Charlie, Monzón, lo lleva a Mario a dormir a su casa del pueblo y terminan a pura toca-ruleros. ¡Justo Monzón! ¡El Campión invicto! Él Muchachote argentino. Machito cabrío. Y a fuerza de disparate y vulgaridad bate la delirante y potente frase; “por favor, yo quiero los rulos tuyos Mario”. De patitas cruzadas y sin el menor animo de camuflar la conocida hombría que le ha dado el pugilato.
Que inteligencia Favio. Que pluma rústicamente fina. Que modo auténtico y voraz de visitar la ficción que va y viene de mandados con la vida. El genio es Yam Yam que abre el abanico y es un hombre de pañuelo en la cabeza. Con ese andar lento de palabras sordas. Y después, la vuelta. A la realidad. A la polución visible de las cosas. Para entender de cabo a rabo, que uno, apenas si es alguien respirando pretensiones en este derrame absurdo de las horas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario