lunes, 25 de abril de 2011
About a Girl
Por Paul Citraro
Finalmente, diez días después, le escribió una canción a su novia. Decía el estribillo algo: “No puedo verte todas las noches sin pagar un precio”. Habían discutido y peleado a boca suelta y la letra era toda una declaración de cómo el amor se había transformado en una obra en demolición. Por extraño que parezca el asunto, ensayó varias veces la canción y la tocó delante de Tracy. Nunca se hizo cargo. Explícitamente hablaba de ella.
Vociferó. “Escribo lo que se me ocurre, no sobre ti ni sobre nadie en especial”. Mentía lisa y llanamente desde el punto de partida. El hecho que creara esa pequeña y falaz oda musical para ella y no viviera el riesgo de entregársela en la intimidad, suponía la mentira. A esa tajada del tiempo, ya estaban sentados sobre un glaciar llamado amor. Kurt se comportaba como un típico colegial de escuela secundaria que le envía una tarjeta de San Valentín a una piba pero no se anima a rubricarla.
Ni bien Kurt tocó la canción para Chad y Krist, los dos, quedaron prendados con ella.
-¿Cómo se llama? - Preguntó uno de ellos.
– Ni Idea, solo sé que se trata de una chica.-
“About a Girl”. Así la llamaron. No era problema. Son pocas las canciones de Kurt que guardan un vínculo mayor con el título. Como un buen abogado, Kurt, pretendía agotar todas las instancias, creativas. Ciertamente no fue un baño de luz, y aunque la letra era algo retorcida, acababa de escribir su primera canción de amor. El primer escalón a la evolución como compositor y melodista descarado. A tal punto que en las primeras actuaciones en vivo de Nirvana, el púbico, confundía la canción con una versión de Los Beatles.
Para llegar a esa canción, Kurt, había escuchado durante dos días seguidos Meet The Beatles para entrar en situación. Aunque en los circuitos punks que Kurt frecuentaba, al cuarteto de Liverpool, se los consideraba demodé. Sus influencias musicales desde finales de 1988 eran una bolsa de estilos y géneros. Parecía decir con aquellas preferencias; pase lo que pase, me la banco. A tiempo completo escuchaba con oído adolescente a Buzz Osborne, el heavy metal clásico; Led Zeppelin y Black Sabbath y The Monkees sin demasiada conexión entre sí. Pero ahí estaban, a puro ramalazos en las entrañas.
Le faltaba una enorme cantidad de indagación a nivel de tradición musical por el solo hecho de no exponerse como una pieza de carne frágil y demasiado humana frente a los demás. Todavía no había escuchado a Patti Smith ni a Los New York Dolls, papaítos de esa imagen andrógina de futuro espejo con Nirvana. Kurt era el clásico nerd que conocía hasta el último tema publicado de su banda cuna. Un proselitista de puerta en puerta. Un predicador de la nueva fe sonora que habitaba cada rincón de su aspiración. Todo los demás, eran solo fantasmas de tránsito.
Por el contrario, Krist, era el dueño de los conocimientos más amplios sobre la historia del rock. Krist podía diferenciar lo kistch de lo genérico, mientras Kurt seguía errando sin sentido una y otra vez. Por momentos, los errores, son algo inoportunos en un proceso de construcción.
Pisando Diciembre de 1988, Kurt trabó amistad con Damon Romero. Pasaban horas fumando cannabis como una novedad. Plenamente conscientes que la novedad, siempre, supera a la belleza.
–He descubierto un disco genial que deberías escuchar- mencionó Kurt y sacó el álbum de Knack “Get the Knack”. Damon encendió la bandeja gira discos, sutilmente acercó la púa a la primera banda y dijo: ¿De veras quieres que escuche esto?
Es un álbum de pop alucinante, contestó Kurt con el rostro impávido.
Romero solo se dejó llevar por la música. Escuchó las dos caras en silencio preguntándose una y otra vez si algo se estaba perdiendo, mientras su amigo permanecía a su lado imitando la batería en el aire con las manos en callado homenaje.
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