miércoles, 25 de junio de 2008

Amor Gitano
















Con lentitud y casi como una reivindicación europea frente a la omnisciencia del jazz estadounidense, en estos últimos tiempos está empezando a recordarse otro género: el jazz gitano. Dos acontecimientos recientes lo tienen como objeto: por un lado, El DVD doble
Stéphane Grappelli: A Life in the Jazz Century, saludado como un prodigio de técnica documental, que consigue mantener, a pesar de algunas largas y aburridas entrevistas, el interés con referencias históricas mundiales y con algunos impactantes registros fílmicos de Django Reinhardt con el Quinteto del Hot Club de France. También, como características atractivas del DVD, uno puede ver la escenografía impresionante y kitsch de la Paul Whiteman Orchestra, escenas de Duke Ellington con tres violinistas, la banda de jazz humorístico Gregor et ses Gregoriens, el inmenso piano de Art Tatum o el primigenio dúo de Joe Venuti y Eddie Lang.
Otro es el álbum, también doble, Gipsy Jazz School: Django's Legacy, cuyo primer CD presenta a Reinhardt y a sus congéneres, dejando a los actuales legatarios en el segundo. El álbum apunta directamente a un problema que el DVD, al hacer un recorrido sobre todo un siglo y casi todo un género, apenas insinúa: si existe algo así como el jazz gitano, (en realidad, una derivación europea del swing) se trata de una música muy característica que siempre gira alrededor de un mismo punto: la guitarra de Django Reinhardt. Como un imán demasiado poderoso, como un sol deslumbrante entre astros menores, la música de Reinhardt define por contraste todo lo demás. Los guitarristas se acercan más o menos a Reinhardt, (así como los violinistas se parecen más o menos a Grappelli), y eso es prácticamente todo lo que puede decirse de los que encaran esta
música. La historia del jazz gitano (o jazz manouche, expresión francesa que significa «gitano») es la historia de Django Reinhardt y de su encuentro con Grappelli. Un relato con su dosis de leyenda, aventura y melancolía.
Grappelli era un maestro de su instrumento, que empezó a tocar a los doce años, para trabajar en bandas de baile de París. En 1933 conoció a Jean Baptiste Reinhardt, un gitano que a pesar de haber perdido movilidad en dos de sus dedos creó un estilo de guitarra exuberante y ornamentado que durante unos años fue el más influyente, con grandes seguidores como el argentino Oscar Alemán y los norteamericanos Charlie Christian y Les Paul.
Ambos formaron el Quintette du Hot Club de France, con Joseph Reinhardt y Roger Chaput en guitarras y el contrabajista Louis Vola, y tomaron el cielo por asalto. Con su estilo efectista y virtuoso, «Django aterrorizaba a los otros guitarristas», declaró Grappelli.
Entre ellos no se llevaban bien, se dice. Grappelli, que había tenido educación formal en el violín y que era un ejemplo de sofisticacion francesa y Reinhardt, que no sabía leer (ni música ni el alfabeto) y que no se interesaba por nimiedades tales como contratos, horarios de grabación, ensayos y demás, eran dos mundos distintos. De todas maneras, el swing infeccioso de su
música (que con sus apelativos de gitano o manouche quedó para siempre atribuida a la esfera
Reinhardt), ese jazz con sabor europeo y gitano, superó, durante un tiempo, esas diferencias. Louis Armstrong, entre otros, se moría por improvisar con ellos, según cuenta la leyenda. Duke Ellington llegó a grabar con Grappelli e intentó una gira norteamericana de Reinhardt que fue un completo fracaso. La guerra y el be-bop los separaron. Grappelli, a quien no le gustaban las duras
innovaciones del nuevo jazz, se marchó a Londres para seguir tocando, básicamente, siempre lo mismo. Reinhardt pasó la guerra en Francia y, durante un tiempo, trató de coquetear con el
bebop. El dúo volvió a reunirse después de la guerra pero la temprana muerte de Django en 1953 frenó el avance de la música. Grappelli murió en 1997, haciendo jazz gitano hasta el final. Son muchos, y principalmente guitarristas, los que mantienen la leyenda: el Rosenberg Trio, Angelo Debarre y, especialmente Bireli Lagrene, cuya historia de guitarrista gitano y niño prodigio espeja la de Reinhardt. Heredero espiritual de Manouche, Lagrene también intentó con la fusión, sin buenos resultados, para volver, acompañado a veces por violinistas, a la djangología. Así, el
jazz gitano, cuando no cae en el afán arqueológico, suena siempre con la melancolía de las felicidades pasadas, una alegría teñida de nostalgia.

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