jueves, 19 de junio de 2008

Dios y Abonizio en el Taller (una alegoría agropecuaria)


Finalmente, creo que vamos en sentido a convertirnos en una era matriarcal. Esa es la sensación al escuchar “Dios y el Diablo en el taller” en la versión de su autor, Adrian Abonizio. La canción encierra ningún tipo de premonición ni misterio. Es más, ha sido escrita sin otros artilugios que el simple regodeo de pasearse por una imagen sencilla y poética. Y qué contundente es. A pesar de la falta de misterios que las creencias suelen encerrar y del predominio de la razón occidental y cristiana que describen esos versos. Así fue planteada, de manera directa. Toda una confesión carente de información babélica o saturada del predominio esclavizante por figurar en las listas de éxitos del momento. Nuevamente, Abonizio, un músico de lectura comprensible, apuñala al sentido popular con una canción que al momento del pesado tránsito del tiempo, no deja de ser una canción futurista. La Composición, afortunadamente, y de seguro ajena a todo análisis al instante de la creación, se ha convertido en una retórica ingenua bajada a la asfixiante era protagonista de la desocupación y la desidia que fueron los finales de los 80. Algo parecido a ese malestar casi bizarro, nos pasa en este rato presente de aire viciado e irrespirable que nos toca protagonizar en algún punto. Desde el lugar que nos toca o hemos elegido para los que figuran en la sección; Dichosos. Esa es la intención inicial y la mirada de la creación –de esa, precisamente-, sostener la imagen de una virgen pobretona, asociada a la música como una breve descripción del matriarcado para consideraciones eclesiásticas si se quiere, o como un cierre de todo tipo de discusión social posible cuando se trata de creencias. Una mujer que al parecer, engaña, consuela, contiene y toma las riendas y manda al yugo, al Dios y al Diablo que a esa altura, eran los créditos financieros de la prole. La canción tiene unos años, unos cuantos, y de conocimiento popular es, que, el acero bueno, finalmente, tiene final de inoxidable. Era evidente y audible, ese recurso compositivo utilizado no fue nuevo, pero tampoco se agotó allí –ya lo había tratado brillantemente Discepolín, como una trama novelesca del gigante e imbatible peronismo-. Y hubo otras formas posibles y necesarias de adaptarse y readaptarse a los tiempos y seguir siendo un cronista de marras. Abonizio, una personalidad casi multifacética en el compromiso del texto, del poema proletario o de la canción testimonial, puede pasar de la seguridad absoluta del Matador cordobés a la vulnerabilidad del mocoso descalzo pidiendo un humilde milagrito. De este modo insolente y casi desde una perspectiva lateral, lleva nuevamente la canción trova al extremo de la crónica de un tiempo que vuelve a reflejarse, pero esta vez, con los vidrios rotos. Tan fugaz como el humo de su propio cigarrillo o que no es el mismo que el de los insaciables golpistas incendiarios. Y sigue haciendo de su oficio, por momentos, un lugar de tinieblas para los afónicos protagonistas del relato. Los que se quedan en silencio, sin vos y se les desvanece el sueño, entre el sudor de la bicicleta y la posibilidad perdida de la prometida esperanza industrial. Hoy, la parada del bondi sigue siendo la misma, las lágrimas y la resistencia siguen siendo las mismas, pero en otra gente. Al decir de algunos, "esa gentede mierda que sólo debería ser abono para nuestro terreno" -el del fascismo-. Mientras tanto, la palabra Mujer sobre el final de la canción, aparece como una disonancia acentuada en la esperanza de la gran mayoría. Creo que Abonizio siempre fue peronista y nunca se dio cuenta.

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