Como el mejor pálpito para el escolazo, sobre fines de la década del 60, Miles Davis vaticinó, nuevamente, la historia del jazz. Por cierto, diez años antes. En todos los años terminados en 9, va fundando el sonido de la década entrante. En 1949 con Birth of the Cool (cualquiera que tenga serias intenciones para aproximarse al jazz, encontró la excusa), con el sonido Cool -contracara del Be Bop, claro- de la costa oeste americana. En 1959, con Kind of Blue oxigena otra década de blues (que es el estilo, no el género de los doce compases que inmortalizó, digamos, Robert Johnson). Y, claro, con Bitches Brew, en 1969, electrifica la nueva pátina y abre el juego al Jazz-Rock.
Las grabaciones (las sesiones) que conformaron el disco Bitches Brew tienen a cuestas los espíritus revolucionarios de la época. Jimi Hendrix destrozando -unas horas antes de los comienzos de grabación de Bitches Brew- con un memorable solo de guitarra, el himno norteamericano en Woodstock. Sly (Stewart) and The Family Stone refundando el sonido de la música Soul con novedosas (omniscientes) bases de bajo. Y Los Beatles firmaban como experimento sinfónico su disco Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band. Acaso, tal vez, todos ellos movilizados por esa vuelta al día en 80 mundos. Entonces, el secreto (casi) mejor guardado de Miles es la retroalimentación que tiene con sus músicos. Y ya que no compone como indican las convenciones de la lectoescritura a pesar de gozar de ciertas libertades (casi como asociaciones libres que tan psicoanalíticamente han identificado al jazz a partir de los ´50) sino que crea esculturas de sonidos. Empieza a construir sonidos con una densidad transparente, sinfónica. En Bitches Brew, por momentos, hay tres teclados sonando al mismo tiempo: Chick Corea, Larry Young y Joe Zawinul, con acordes disonantes y metálicos. Dos bajistas: Dave Holland y Ron Carter. Varios percusionistas que frecuentan hipnóticos ritmos de base indoarábigas. O el proyecto más atípico de ejecución de un guitarrista de jazz (hasta entonces, claro) en manos de John McLaughlin, improvisando tan libremente como si no supiera tocar una guitarra. Ahí, en esa cocina, en esas sesiones que dieron por nombre Bitches Brew, se tomaban ideas del jazz modal y se inauguraba una nueva batea para los vendedores de discos, comenzaba una nueva era: el Jazz-Rock. No era para menos.
Mientras tanto, en algún lugar del mundo, alguien también era libre y decía con absoluta certeza y libertad de prejuicio -desodorante de ambiente en mano-; ¡No me fallés Papetti!
Las grabaciones (las sesiones) que conformaron el disco Bitches Brew tienen a cuestas los espíritus revolucionarios de la época. Jimi Hendrix destrozando -unas horas antes de los comienzos de grabación de Bitches Brew- con un memorable solo de guitarra, el himno norteamericano en Woodstock. Sly (Stewart) and The Family Stone refundando el sonido de la música Soul con novedosas (omniscientes) bases de bajo. Y Los Beatles firmaban como experimento sinfónico su disco Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band. Acaso, tal vez, todos ellos movilizados por esa vuelta al día en 80 mundos. Entonces, el secreto (casi) mejor guardado de Miles es la retroalimentación que tiene con sus músicos. Y ya que no compone como indican las convenciones de la lectoescritura a pesar de gozar de ciertas libertades (casi como asociaciones libres que tan psicoanalíticamente han identificado al jazz a partir de los ´50) sino que crea esculturas de sonidos. Empieza a construir sonidos con una densidad transparente, sinfónica. En Bitches Brew, por momentos, hay tres teclados sonando al mismo tiempo: Chick Corea, Larry Young y Joe Zawinul, con acordes disonantes y metálicos. Dos bajistas: Dave Holland y Ron Carter. Varios percusionistas que frecuentan hipnóticos ritmos de base indoarábigas. O el proyecto más atípico de ejecución de un guitarrista de jazz (hasta entonces, claro) en manos de John McLaughlin, improvisando tan libremente como si no supiera tocar una guitarra. Ahí, en esa cocina, en esas sesiones que dieron por nombre Bitches Brew, se tomaban ideas del jazz modal y se inauguraba una nueva batea para los vendedores de discos, comenzaba una nueva era: el Jazz-Rock. No era para menos.
Mientras tanto, en algún lugar del mundo, alguien también era libre y decía con absoluta certeza y libertad de prejuicio -desodorante de ambiente en mano-; ¡No me fallés Papetti!
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