miércoles, 25 de junio de 2008

The Kinks, el arbol que tapó el bosque

Por Paul Citraro
Exactamente 40 años. 1968, Londres, en medio del ardor estomacal de la psicodelia y la insurrecciones de estudiantes idealistas que hablan el mismo lenguaje “sartreano” y concurren a la misma universidad, Los Kinks, The Kinks, sacan un álbum que es un llamado anti- cosmopolita, por así decirlo. “The Kinks Are The Village Green Preservation Society”, ese disco tan conservador como bizarro y pop y conceptual. Y precisamente, una declaración de principios de cuatro veinteañeros que rondaban cercanamente las sombras de Beatles, Stones, Dave Clark Five, o todos esos grupos de la era yeah, yeah, yeah, y esas cosas. Como una declaración continua de conciencia rebelde “Raymond Douglas Davis” o simplemente “Ray Davis” firmaba uno de los textos más potentes que reivindica que el rock, no siempre va en sentido de circulación por la senda del pecado original o alguno de los diez, o de los que faltan. Ray Davis en una simple declaración situaba a Los Kinks en medio de una baldosa firme, cuando el mundo, estaba en el ojo de la tormenta (mucho más tarde lo repetiría hasta el hartazgo “Supertramp”), y decía en “Animal Farm”; “Este mundo es enorme y salvaje y medio loco/llévame adonde juegan los animales de verdad”. Una manifestación, una declaración de principios que lleva el track 8. Ray Davis el compositor y guitarrista rítmico y la otra media esencia de ese cuarteto, el inflamable Dave Davis inventando el power pop o el poroto germinal del heavy metal con canciones como “You Really Got Me” o “I Need You” o “Set Me Free” y eran de pronto alternativos en un paisaje poco común –una estancia en el campo- en un tiempo de cambios y ciudades siempre despiertas. Preservar los conceptos de la virginidad y cultivar el hábito de la conservación de la comida naturista y las mermeladas de fresa o estar bien predispuesto a la naturaleza inmediata que los rodea. O algo mejor todavía, con preceptos ajenos a la cultura rock convierte a Los Kinks –al menos por este disco- en los mejores posibles embajadores del rock intenso, inglés y desconcertante y a-sintomático. Claro está, los tiempos de los veranos del amor, y el colorinche de las majestades satánicas o los corazones solitarios –o no tanto- y las flautitas de las puertas al amanecer y los magos del pinball, quedan hecho trisas, literalmente, con la sencillez del paño verde que los Kinks consideraban, para desagravios de muchos, su obra maestra. Siempre paradojales y activos al pensamiento distante de los enviones y las leyes del mercado discográfico y del otro. En la otra esquina. Sin dejar de meter parte de los mejores y más contundentes riffs que el rock haya escuchado. ¿habrá que pensarlo? Por un momento, cuatro rebeldes ajenos a la mayor tentación establishment pudieron pensar, “creo que somos mejores que los Beatles, los Stones, y los Who”. Y luego volvieron a casa, a sentarse cómodamente en un sillón a escuchar la mezcla de estudio y seguramente a beber té y mermeladas casera y todas esas cosas de gente sensata.

The Kinks -The Kinks Are The Village Green Preservation Society- 1968

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