Aparece el amor con sus diferentes rostros en casi toda la obra de Wagner. Y adquiere su obra más acabada en un drama musical: "Tristán e Isolda". Decía el bueno de Federico Niesztche que para disfrutar de "Tristán e Isolda" sólo es necesario haber tenido una gran aventura, como lo es una historia de amor. Sí, y es cierto que Wagner era un tirano hasta con sus propios mecenas -el rey Luis II-, y que posiblemente haya tejido la ideología del antisemitismo antes que éste exista, y fuera partidario de los primeros síntomas de la discriminación racial en Europa. De hecho Wagner es un genio y no un sabio. Y su música, contemplativamente fue mal usada (como sonoridad de fondo previa a las cámaras de gas en Auschwitz). Y empiezan de ese modo, en telas de discusiones a verse salpicados en sangre y ahogo "Los Sigfridos" o "Las Walquirias", y más.
Por eso sospecho de Daniel Barenboim (1), quien a pesar de haber nacido en el seno de una familia judía, siguió tocando a Wagner por entenderlo de otro modo. Hace unos pocos años en el cierre del "Festival de Música y Drama en Jerusalén" alguien pidió un bis al director de orquesta clásica (2) argentino Daniel Barenboim, y sorprendió y despertó el desconcierto preguntando a la audiencia en un perfecto hebreo: "¿Quieren escuchar a Wagner?". Sólo cuatro oyentes se retiraron. Sospecho que Barenboim sabía la dimensión sobre su propia sugerencia dirigida al mayor milagro que ha tenido la historia de la humanidad, que es el pueblo judío. Y tampoco midió las consecuencias de ofrecer ejecutar un pasaje de "Tristán e Isolda" para enredarse en el espinoso criterio que circula entre las ideas y la obra de un artista. Sospecho que Barenboim, no intentó romper con la lógica "Wagner lejos de Israel", corriéndose del dilema. Porque para Barenboim, Wagner, al escribir "Tristán e Isolda", pensaba, imaginaba, que en la relación del amor se superan las individualidades. Un punto en el que dos pasan a ser uno. También pensaba lo mismo -Wagner- con respecto a la política de un pueblo. Creía en la revolución estética, que una ópera, podría ser un punto de reunión entre dos almas o un síntoma de comunidad que tal vez permitiesen fundar entre otras cosas, un estado político. Volvemos a los amantes y a su modo de reunión. Y a Barenboim y Jacqueline du Pre. A esa relación mínima que se constituye de a dos. Al milagro de los amantes, y al talento de Jacqueline du Pre (probablemente, la cellista más grande del siglo XX) al decir de Barenboim: "enorme como una fuerza de la naturaleza". Y vaya a saber qué capricho del destino la llevó antes de los 40, luego de padecer por casi dos décadas esclerosis múltiple (la misma peste del negro Fontanarrosa). Por eso la insistencia de tocar Wagner en Israel. Y acercarse a su historia. Que no es otra que la de Isolda con Tristán, pero sin ser un amor prohibido. Es inevitable crear sospecha de Barenboim cuando está muy cerquita de Wagner, porque detrás de las partituras, hay un melodrama que habla por él, para constituir simbólicamente una nación (Barenboim actualmente dirige una orquesta sinfónica conformada por músicos israelíes y palestinos). Y que a partir de esta reunión es posible que se halle el alma. La "simplificación" del arte con la historia, que roza la vida de todos y la de nadie. Que este padecimiento tan eficaz de eternizar un amor a través de la muerte, haga que, cuando esa pena infinita ataca, sepa que es hora de proponer ejecutar el preludio de “Tristán e Isolda”. Y todos, absolutamente todos, sepamos de una vez por todas que dentro de ese pulmón sonoro, hay dos voces que gritan desesperadas y no pueden encontrarse.
(1) Daniel Barenboim es pianista, director orquestal y compositor argentino, educado en Israel. Estuvo casado con la cellista Jacqueline du Pre hasta su muerte. Actualmente es director de la ópera estatal de Berlín, de la Sinfónica de Chicago, y conduce un proyecto formativo musical con jóvenes de origen palestino e israelíes.
(2) La denominación de lo que conocemos como "música clásica" es correctamente "música de tradición escrita".
Por eso sospecho de Daniel Barenboim (1), quien a pesar de haber nacido en el seno de una familia judía, siguió tocando a Wagner por entenderlo de otro modo. Hace unos pocos años en el cierre del "Festival de Música y Drama en Jerusalén" alguien pidió un bis al director de orquesta clásica (2) argentino Daniel Barenboim, y sorprendió y despertó el desconcierto preguntando a la audiencia en un perfecto hebreo: "¿Quieren escuchar a Wagner?". Sólo cuatro oyentes se retiraron. Sospecho que Barenboim sabía la dimensión sobre su propia sugerencia dirigida al mayor milagro que ha tenido la historia de la humanidad, que es el pueblo judío. Y tampoco midió las consecuencias de ofrecer ejecutar un pasaje de "Tristán e Isolda" para enredarse en el espinoso criterio que circula entre las ideas y la obra de un artista. Sospecho que Barenboim, no intentó romper con la lógica "Wagner lejos de Israel", corriéndose del dilema. Porque para Barenboim, Wagner, al escribir "Tristán e Isolda", pensaba, imaginaba, que en la relación del amor se superan las individualidades. Un punto en el que dos pasan a ser uno. También pensaba lo mismo -Wagner- con respecto a la política de un pueblo. Creía en la revolución estética, que una ópera, podría ser un punto de reunión entre dos almas o un síntoma de comunidad que tal vez permitiesen fundar entre otras cosas, un estado político. Volvemos a los amantes y a su modo de reunión. Y a Barenboim y Jacqueline du Pre. A esa relación mínima que se constituye de a dos. Al milagro de los amantes, y al talento de Jacqueline du Pre (probablemente, la cellista más grande del siglo XX) al decir de Barenboim: "enorme como una fuerza de la naturaleza". Y vaya a saber qué capricho del destino la llevó antes de los 40, luego de padecer por casi dos décadas esclerosis múltiple (la misma peste del negro Fontanarrosa). Por eso la insistencia de tocar Wagner en Israel. Y acercarse a su historia. Que no es otra que la de Isolda con Tristán, pero sin ser un amor prohibido. Es inevitable crear sospecha de Barenboim cuando está muy cerquita de Wagner, porque detrás de las partituras, hay un melodrama que habla por él, para constituir simbólicamente una nación (Barenboim actualmente dirige una orquesta sinfónica conformada por músicos israelíes y palestinos). Y que a partir de esta reunión es posible que se halle el alma. La "simplificación" del arte con la historia, que roza la vida de todos y la de nadie. Que este padecimiento tan eficaz de eternizar un amor a través de la muerte, haga que, cuando esa pena infinita ataca, sepa que es hora de proponer ejecutar el preludio de “Tristán e Isolda”. Y todos, absolutamente todos, sepamos de una vez por todas que dentro de ese pulmón sonoro, hay dos voces que gritan desesperadas y no pueden encontrarse.
(1) Daniel Barenboim es pianista, director orquestal y compositor argentino, educado en Israel. Estuvo casado con la cellista Jacqueline du Pre hasta su muerte. Actualmente es director de la ópera estatal de Berlín, de la Sinfónica de Chicago, y conduce un proyecto formativo musical con jóvenes de origen palestino e israelíes.
(2) La denominación de lo que conocemos como "música clásica" es correctamente "música de tradición escrita".
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