Por Paul Citraro
Los Estados Unidos, mantiene una alianza matrimonial que dura hasta estos días. Desde hace tiempo ya. Sigue ligado a ese perfume que saben dejar algunas damas cuando saben correr por una habitación. Esas mujeres que siguen teniendo encanto, a pesar del tiempo, y de los cambios, claro. Se apellida jazz.
Se sabe bien, que a lo largo del siglo XX el tango, la rumba, el mambo, entre otras festividades sonoras, han nutrido los salones de baile del país del norte. ¡Qué vergüenza, esto de andar teniendo amantes! Teniendo el jazz cool (1) de la costa oeste. Y en el inventario de artistas a un tipo como Stan Getz, saxofonista tenor. Getz, había estado ya liado con esto de los flirteos, cuando editó el álbum de propia iniciativa llamado JazzSamba, en 1962. ¿Hace falta aclarar de qué se trataba? Era una diversión -como suele ser una amante- exótica, es decir, un hermoso capricho del músico. Casi sin saberlo -aunque bajo sospecha que había algo preconcebido, ahí-, Getz repite la fórmula y se junta con el guitarrista brasileño Joao Gilberto. El resultado fue inmejorable: Stan Getz And Joao Gilberto. A secas, un balazo en la frente.
El saxofonista surfeaba plácidamente sobre ese ritmo ondulado de guitarra acústica de Gilberto que el mundo conocería como bossa nova. Y explotaba, inevitablemente, las cualidades compositivas de la canción brasileña en Desafinado. Una composición de un coterráneo de Gilberto: Antonio Carlos Jobim. Esta nueva fusión de géneros y estilos volvió a reformular que algunos hijos, aunque no respondan a un linaje depurado, no tienen porqué considerarse bastardos. Ni los americanos -del norte y sur- consideraron al disco como una especulación comercial, algo muy acorde de tiempos corrientes (léase los pastiches calcados de jazz in bossa, y todas sus acepciones, y siempre con cantantes de juguete al frente). Getz era un gringo, y aún así fue correspondido por Baden Powell o el mismo Jobim. También 40 años después sucedería algo así en términos de aceptación en Argentina, en la que Rodolfo Mederos y Raúl Garello le dan licencia de músico de tango al bandoneonista japonés Ryota Komatsú, en estas naturales y saludables extensiones de frontera, claro.
A pesar de que Getz es un extranjero, no se nota, o lo disimula muy bien. Aunque el disco tiene cierta supremacía lógica del refunfuñón cantante y guitarrista que es Gilberto. Cuentan algunos, que el productor del disco pretendía que el coro de la canción Chica de Ipanema sea en inglés y no en portugués. Pero Joao Gilberto no sabía hablar inglés y su joven y hermosa esposa (Astrud) se ofreció, dejando una versión eternizada. Con una voz bajo el velo de una niña, dejó un testimonio que todavía nos dejan patinando en 45 rpm, en épocas que nos tocó ser digital.
(1) El jazz cool de la costa oeste fue un movimiento contrario al be bop, en el que particularmente se aprecia la languidez de notas (modos más extensivos) y tonos. “Música suave”, “música fría”.
Se sabe bien, que a lo largo del siglo XX el tango, la rumba, el mambo, entre otras festividades sonoras, han nutrido los salones de baile del país del norte. ¡Qué vergüenza, esto de andar teniendo amantes! Teniendo el jazz cool (1) de la costa oeste. Y en el inventario de artistas a un tipo como Stan Getz, saxofonista tenor. Getz, había estado ya liado con esto de los flirteos, cuando editó el álbum de propia iniciativa llamado JazzSamba, en 1962. ¿Hace falta aclarar de qué se trataba? Era una diversión -como suele ser una amante- exótica, es decir, un hermoso capricho del músico. Casi sin saberlo -aunque bajo sospecha que había algo preconcebido, ahí-, Getz repite la fórmula y se junta con el guitarrista brasileño Joao Gilberto. El resultado fue inmejorable: Stan Getz And Joao Gilberto. A secas, un balazo en la frente.
El saxofonista surfeaba plácidamente sobre ese ritmo ondulado de guitarra acústica de Gilberto que el mundo conocería como bossa nova. Y explotaba, inevitablemente, las cualidades compositivas de la canción brasileña en Desafinado. Una composición de un coterráneo de Gilberto: Antonio Carlos Jobim. Esta nueva fusión de géneros y estilos volvió a reformular que algunos hijos, aunque no respondan a un linaje depurado, no tienen porqué considerarse bastardos. Ni los americanos -del norte y sur- consideraron al disco como una especulación comercial, algo muy acorde de tiempos corrientes (léase los pastiches calcados de jazz in bossa, y todas sus acepciones, y siempre con cantantes de juguete al frente). Getz era un gringo, y aún así fue correspondido por Baden Powell o el mismo Jobim. También 40 años después sucedería algo así en términos de aceptación en Argentina, en la que Rodolfo Mederos y Raúl Garello le dan licencia de músico de tango al bandoneonista japonés Ryota Komatsú, en estas naturales y saludables extensiones de frontera, claro.
A pesar de que Getz es un extranjero, no se nota, o lo disimula muy bien. Aunque el disco tiene cierta supremacía lógica del refunfuñón cantante y guitarrista que es Gilberto. Cuentan algunos, que el productor del disco pretendía que el coro de la canción Chica de Ipanema sea en inglés y no en portugués. Pero Joao Gilberto no sabía hablar inglés y su joven y hermosa esposa (Astrud) se ofreció, dejando una versión eternizada. Con una voz bajo el velo de una niña, dejó un testimonio que todavía nos dejan patinando en 45 rpm, en épocas que nos tocó ser digital.
(1) El jazz cool de la costa oeste fue un movimiento contrario al be bop, en el que particularmente se aprecia la languidez de notas (modos más extensivos) y tonos. “Música suave”, “música fría”.
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